[Barajas] Volvemos a vernos (Carla)

En el parking de Barajas aguardaban dos vampiros. Los dos eran Lasombra, y, por supuesto, habían acudido a esperar a bordo de un Mercedes que habían aparcado en todo el medio.

Uno de ellos esperaba dentro del coche, sentado en el asiento del conductor. El otro estaba sentado en la ventanilla, con las piernas dentro y fumando con las manos sobre el techo del coche.

- ¿Para qué haces eso? No puede saberte a nada -preguntó el piloto.
- Me divierte... -replicó el fumador. Se giró y le echó en la cara el humo a una mujer que cargaba con una maleta. Esta se asustó, vio al Lasombra y decidió que era mejor no montar una escena. Se alejó rápidamente.

Un autocar de turistas dio un frenazo al encontrarse con el coche, apagado y torcido en pleno camino. Pitó con furia unas cuantas veces.

- Jé... -el conductor asomó el dedo corazón por la ventanilla sin molestarse en decir nada. El fumador se echó a reír y arrojó la colilla contra el parabrisas del autocar.
- ¿A quién dices que esperamos, Antonio?
- A mi chiquilla.

La mayor parte del viaje de Carla había sido en barco. Pero desde Galicia hasta Madrid había tomado un vuelo. Realizó todo el viaje ataviada con un vestido de Chanel de color carmesí que había hecho que más de un hombre se acercase a preguntarle con una sonrisa "jovencita, ¿no tienes frío?", a lo que ella había respondido ajustándose la gran pamela negra que le tapaba los ojos y sonriendo enigmáticamente.


Carla salió de la terminal. Había avisado de su regreso a España y sabía que su queridísimo sire acudiría a recibirla. Por eso se sorprendió al encontrar una pequeña catástrofe en en aparcamiento. Ése no era el estilo de Antonio. Él era sutil y correcto.
Se acercó para curiosear y echó a reír al ver al furioso conductor del autocar y a los perturbados guiris.
Estuvo contemplando la escena algunos segundos hasta que reconoció al tipo que fumaba como vampiro.
— ¿Qué posibilidades hay? —se dijo en un susurro. Rodeó el coche vistosamente, disfrutando del baile de la seda de Chanel en torno a sus muslos—. Oh, mi amado Antonio... —cogió la mano del conductor y la acarició entre sus dedos con coquetería— ¿Todavía añoras a tu monjita de ojos grandes?

OFF:

El Lasombra fumador siguió a Carla con la mirada. A pesar de la pamela y de su belleza era fácil percibir que se trataba de un ser inhumano. Rompió a reír al darse cuenta de reojo de que el conductor del autocar salía de su vehículo rojo de ira.

- Cuando se les agolpa la sangre en la cara me dan ganas de arrancarles el pellejo de un bocado y sorber hasta dejarles secos -dijo en voz alta mientras miraba a los ojos al conductor histérico.

- La añoraré siempre, Carla -replicó Antonio. Sonrió a su chiquilla y tiró de la mano que le sostenía para acercarla y besarla en la frente. La pamela chocó contra el coche y cayó al suelo-. Me conformaré contigo. ¿Te he presentado ya a...? -Antonio se giró y descubrió a su acompañante aprisionando al conductor entre sus brazos y susurrándole algo sobre sorberle cual caracol.

- ¿Decías algo? -el Lasombra soltó al mortal como si nada, dejándolo caer al suelo-. Ah, sí, ya estamos todos. Vámonos. -Entró de nuevo en el asiento del copiloto y se sacó otro cigarrillo de una pitillera plateada-. Carla, ¿verdad? -dijo mientras Antonio pisaba el acelerador-. Ven, siéntate conmigo -y le indicó sus propias piernas.

Durante unos escasos segundos, y sólo para el interior del coche, el rostro de porcelana blanca de Carla, infantil y ovalado, dulce y fresco en sus eternos veintiún años pero con unos ojos sencillamente diabólicos, fue visible para los dos vampiros de dentro del coche.
Apresó la pamela entre su muslo y la puerta del coche y evitó que se cayera mientras su sire hablaba. Miró hacia el desconocido y trató de identificarle, pero no le sonaba de nada. Siguió riéndose tranquilamente por el trato que le daba al mortal.
— Te atrae el desastre, ¿no es así?—le dijo a Antonio.
Cuando el lasombra le ofreció sentarse en sus piernas, Carla aceptó. Montó en el BMW sin cinturón, riendo alborotadamente mientras su melena negra se desparramaba a su alrededor. Estaba encantada de haber regresado a España. En México había muchas personas desesperadas, y corromperlas resultaba tan fácil que alimentarse de su envenenamiento no tenía demasiada emoción. Carla recordó Italia y sintió una oleada de nostalgia.
Se giró para besar a Antonio en la mejilla, dejando los pies encima de él pero todavía sentada sobre el desconocido.
Las cosas iban a cambiar. Carla ansiaba nuevas emociones. Corrupciones más complejas. Conquistas difíciles. Llevar a quienes lo tenían todo por delante al abismo y convencerles para saltar.
Carla vivía su no vida para ver esos segundos antes de la caída en los ojos de todas las víctimas a las que había conducido al abismo.
Y, hablando de sus nuevos objetivos...
— ¿A dónde vamos, mi querido Antonio? —y pasó los dedos por el pelo del copiloto—. ¿Y tú cómo te llamas?

- Tenemos bastantes cosas que hacer esta noche, Carla -Antonio conducía prestando poca atención a la carretera. Si bien normalmente era un vástago sereno y elegante, en aquella ocasión se le contagiaba la alegría de Carla y la actitud de su amigo-. Lo primero será ir a ver al Arzobispo Monçada. Le hablé de ti cuando aún estabas viva y siempre quiso conocerte. Y tu asiento se llama Guido. Es mi Ducti. Somos ya siete en nuestra manada, así que no podremos acogerte.

- Muy a mi pesar, preciosa -agregó Guido, que se estaba encendiendo un cigarro. Arrojó la cerilla que había usado por la ventanilla... Sin apagarla. Comenzó a sonar una sirena policial.

- Lo que nos lleva a nuestra segunda parada. Hay una Tzimisce buscando a gente para su manada. Se llama Soledad, es una tía legal. Creo que te gustará, tiene un estudio de...

El coche de policía que había estado sonando, se acercó hasta que el sonido interrumpió a Antonio y le obligó a parar al interponerse.

- ¿Acelero? -preguntó Antonio.
- Lo mismo ha cogido la matrícula, y este coche me gusta -replicó Guido.
- ¿Qué te parece si vemos a mi chiquilla en acción? -agregó Antonio-. Encárgate de él, Carla. No queremos que Guido se quede sin coche.

El policía se asomó por la ventanilla y contempló asqueado a los tres Lasombra.

- Salgan del coche inmediatamente, ¿tienen idea de la cantidad de infracciones que han cometido?

Carla no se movió ante el comentario del policía. Cruzó las piernas (todavía apoyadas sobre su sire) y le quitó una calada del cigarro a Guido. Le echó el humo a la ventanilla, hacia el policía, con parsimonia.
— ¿Una calada, señor agente? —preguntó con una gran sonrisa.

Off:

El policía enumeró las faltas, desde stops y semáforos en rojo que Antonio se había saltado hasta la cerilla encendida que había arrojado el copiloto.

Sin olvidar que iban tres personas delante sentadas de manera ilegal.

- ¿¡Que si quiero una calada!? Menuda cara dura... Saquen toda la documentación de inmediato, señores. Y usted, quítese de ese asiento y salga del puñetero coche -le dijo a Carla. Tosió al recibir su humo en la cara.

Carla dejó escapar una risa suave mientras devolvía el cigarro a sus labios pintados. La boquilla quedó cubierta por el carmín y el brillo de labios. Salió del coche con tranquilidad, luciendo sus piernas y contoneando las caderas, y le mostró una sonrisa al policía de nuevo. Había activado su poder de dominación.
— ¿Seguro que no quiere una calada? —y plantó uno de sus dedos en la mejilla del agente—. Deseas fumar.

Off:

El policía se mostró cada vez más irritado ante la parsimonia de Carla. Cuando llegó a él había enrojecido de ira hasta tal punto que parecía ir a explotar. Sin embargo, a pesar de que intentó interrumpir a Carla, escuchó a la perfección las órdenes de la Lasombra.

- Sí... En realidad... Oh, mi mujer me va a matar, con lo que me costó dejarlo... -Carla había tenido mucha suerte. Aquel agente había sido fumador empedernido muchos años. Agarró la colilla con desesperación sin darse cuenta de que tocaba a Carla y aspiró del tabaco como si no hubiera un mañana.

Carla rodeó al policía con sus brazos. Observó que su propio pintalabios se había transferido desde la boquilla del cigarro hasta la boca del policía.
— ¿No crees que deberías abandonar tu trabajo en estos momentos? —sugirió. Estrechó su abrazo frío y envenenado en torno al hombre—. Has aceptado el tabaco, y estás de servicio... Has hecho algo terrible, el primer paso para caer en lo más bajo que puede caerse en tu profesión. Un policía corrupto, y todo comenzó sólo porque no fuiste capaz de reprimir un deseo absurdo —volvió a activar su poder una vez más, esta vez para hacerle sentirse mal consigo mismo—. Sufre por tus decisiones.
Carla disfrutaba extendiendo aquel tipo de mensajes entre sus víctimas. Su juego empezaba con la confusión, y luego pasaba a algo capaz de dejar en shock a sus elegidos... Después les ofrecía la alternativa del vicio y el abandono para que les pareciese una opción apetecible.
Así, poco a poco, mancillaba las almas de quienes la rodeaban.
— Pero yo soy la redención... Yo puedo librarte de todo esto —le seguía abrazando, clavándole su mirada endemoniada en los ojos—. Ven por voluntad propia y te lo demostraré.

El policía sufrió cierta confusión en un primer lugar. El poder de Carla había resultado aplastante, y de repente parecía decir algo casi coherente... Pero receló. La mujer tenía unos ojos inquietantes, terroríficos, y daba miedo. Podía sentir algo horrible emanar de ella ahora que sentía su gélido abrazo.

Pero la Dominación surtió efecto una vez más.

Se imaginó a sí mismo yendo a la cárcel, abandonando a su esposa, a sus hijos, recibiendo un trato brutal por otros presos... ¿Cuántos años le caerían? Aquella mujer tenía razón, había dado el primer paso hacia la perdición. Mataría, traficaría... ¡Todo era posible, mierda! ¡Esa mujer tenía razón! El agente se sintió tan mal que palideció y gimoteó con la colilla aún en la boca.

No fue capaz de reaccionar a las palabras de Carla. Cuando ella le ofreció la redención dejó que se le cayera el cigarro y no atinó ni a hablar. Asintió con la cabeza con una ligera desesperación.

Carla sostuvo la barbilla del hombre entre sus manos. Se giró hacia Antonio y le pidió que abriese las puertas traseras del coche.
— Entra —le indicó al hombre—, tu salvación está ahí dentro. Tu salvación está conmigo. Yo rezaré por ti, y rezaré contigo. Te guiaré. No tienes por qué sentirte mal. Aliviaré todos tus males, repararé todo lo que podrías estar haciendo de no ser por mí... Entra de una vez, ¿de acuerdo?
Si Carla conocía un éxtasis, ese era el de ver a sus víctimas dirigirse por voluntad propia hacia la perdición.

Off:

Cada vez más perdido, sumido en un mar de dudas y desesperación, el policía creyó ver algo de sentido en las palabras de Carla. Eran suaves y cálidas, y en aquellos momentos eran todo a lo que podía aferrarse.

Sufría mucho. Nunca se había sentido tan mal consigo mismo. Acababa de pasar de ser un policía bueno y una persona honrada a ser un vulgar criminal.

Qué suerte que aquella mujer estuviese ahí...

- Sí, sí... -murmuró mientras se adentraba en la parte de atrás del coche de Guido.

Carla esbozó una sonrisa triunfal bajo el hala de su pamela. Se ajustó el sombrero, se alisó la falda del vestido y le dirigió una sonrisa a sus dos acompañantes lasombra.
Luego buscó el coche de policía cuyas sirenas habían oído. Se metió en los asientos de delante para buscar cualquier posible cuaderno o lo que fuera donde el policía hubiese apuntado la matrícula del coche que tanto le gustaba al vampiro Guido (en caso de que las luces y las sirenas hayan estado encendidas, las intentaría apagar también).
Carla volvió al coche en cuanto encontró el cuaderno de multas.
— ¿Me dais fuego? —y entra en el coche y echa los seguros desde dentro—. Quema esto, amigo. Es el primer paso hacia la salvación... ¿O crees que si alguien descubre que nos pusiste una multa a nosotros no sospechará de lo que has estado a punto de hacer? El pecado puede verse, puede incluso olerse en ti... Quémalo. Ya.

Carla le puso fin a la escandalera de las luces, las radios policiales y demás tras pulsar algunos botones. Las multas estaban esparcidas por el suelo de cualquier manera.

- S-sí... sí, lo quemaré... -dijo el asustado y sumiso policía. Guido le dio su caja de cerillas. Eran del hotel Ritz.

- Tenías razón, es una perla -Guido se rió por lo bajo, pero paró rápido porque no quería romper la atmósfera que Carla había creado. Antonio, por su parte, se mostró disgustado.

Sus caminos se separaron tiempo atrás precisamente por ese tipo de cosas. Para Carla era divertido jugar con las personas, para él era absurdo. Había cosas más importantes que hacer dentro de la Espada de Caín.

- Sí, ya... -Antonio se encogió de hombros-. Vamos de una vez a ver a tu sacerdotisa.

Encendió el coche. Guido le indicó a Carla que bajase la ventanilla del policía, pues estaba prendiendo las multas con ojos ausentes. Su mente había resultado ser bastante frágil y había quedado muy voluble tras la Dominación de la Albigense.