[Puerto de Barcelona] La función de medianoche (Héctor Vargas)

El circo había llegado a la ciudad.

El puerto de Barcelona parecía algo más alegre que durante las noches de los últimos años, pero también parecía más siniestro. Cualquier mortal inteligente desconfiaría de la alegre musiquilla y el olor dulce de las golosinas de haber sabido que la feria albergaba Cainitas... Y nada menos que Ravnos, el clan experto en engaños e ilusiones.

Dio la una de la mañana. El circo ambulante cerraba las puertas. Héctor Vargas había logrado controlarse a duras penas durante las últimas horas, pero la sed se había hecho insufrible. Sus venas, muertas y vacías, quemaban. A su sire, Ina, le bastó un único vistazo para comprender la situación. Los Vástagos, cuanto más antiguos, mejor conocen la sed.
Sin embargo, mientras Ina se despedía de su chiquillo con una mirada, ocurrió algo inesperado. Una mujer humana entró a trompicones y dejó que sus ojos llenos de desesperación barriesen la escena frenéticamente.

- ¡Por favor! -suplicó a Héctor, que como estaba a punto de marcharse estaba más cerca-. ¡Necesito que me ayude! ¡Sé que es tarde, pero me han dicho que son muy buenos leyendo el futuro y necesito ayuda...!

Llena de terror, sí. Pero también llena de sangre. Y en un momento muy oportuno.

En noches como aquella, cuando el hambre arrasaba sus entrañas muertas, odiaba a Ina, la mujer que le habia dado la vida eterna. A pesar de todas las decadas que llevaba cargando la maldicion de Cain, la sed, el ansia de desgarrar el cuello de un mortal y beber su sangre hasta, casi, la ultima gota, le hacia enloquecer. Aquella era una de esas noches.

El circo acababa de llegar a Barcelona pero a el le costaba concentrarse en nada de lo que pasaba. La gente, los mortales con los que Ina y el vivian, pasaban a su lado sin prestarle ningun tipo de atencion y, los pocos que lo hacian, desvian la mirada asustados. Era como mirar de frente a un lobo hambriento, a punto de avalanzarse sobre una nueva presa. Ina aparecio a sus espaldas, sin hacer ruido, como siempre hacia. Hector, estaba demasiado pendiente del hambre que le abrasaba las venas como para percatarse del susurro de sus largas faldas rozando el suelo.

- Calmate, chiquiillo. Asi no vas a conseguir na de na.

Hector se dio la vuelta y clavo sus ojos verdes en la mujer, enseñando un poco los dientes. En aquellos instantes el Ravnos se dejababa llevar mas por el instinto que por la logica natural que obligaban esas circunstancias. Un duelo por la supremacia. Un animal que intentaba alzarse con el liderazgo de la manada, en valde. Acabo por bajar la mirada. Frente a Ina, el era solo un cachorro. Un solo movimiento de la mano de su sire y sus dias en la no muerte acabarian de golpe.

- L.. Lo siento - murmuro apartandose el pelo de la cara, echandolo hacia atras- Me cuesta pensar...  

- Comportate. No es esto lo que yo te he enseñado - respondio con dureza Ina sin desviar la mirada de la figura de Hector. Despues, sin mediar una sola palabra mas, se fue por donde habia venido, perdiendose entre las sombras y la algabaria que resonaba por la ciudad. Hector dejo escapar un suspiro, una mezcla entre tranquilidad por haber perdido de vista a Ina y en parte desesperacion. Necesitaba sangre. Y rapido.

Husmeaba con la mirada el terreno que ocupaba el circo, buscando algo que echarse a la boca, tan desesperado que no le importaba que fuera un animal, incluso alguna rata. Solo le importaba alimentarse.

Pero la diosa fortuna siempre sonrie a sus hijos.

Una mujer entro en el recinto del circo mirando a todos lados, asustada, temerosa de no encontrar lo que estaba buscando. Sus ojos se clavaron en la figura alta de Hector y, corriendo a trompicones presa del nerviosismo, se acerco a el y apoyo la mano en su brazo. Hector escucho su suplica, mirandola. Lentamente una sonrisa, mas propia a la de un gato que obserba a un ratoncillo mientras se atusa los bigotes, ilumino el rostro moreno del gitano.

- Claro, mi alma... - dijo con su marcado acento andaluz - Creo que aun tenemos un ratito... Pasa, pasa... - Hector se dirigio con ella a su pequeña caravana y con gesto teatral abrio la puerta de la misma, apartando las sabanas adornadas. Detras de ellos, con el sonido de las cuentas chocando las unas contra las otras, Hector cerro la puerta.

La mujer humana pareció quedar muy levemente aliviada al recibir la sonrisa del gitano. Podrían haberse sacado mil conclusiones de su actitud, pero para Héctor había algo que resonaba por encima de la expresión desangelada de su rostro o la urgencia de sus actos: el pálpito de su corazón rebosante de sangre.

La inquietud de la mujer era tal que incluso el escueto repiqueteo de las cuentas de la puerta bastó para que se revolviera completamente pálida y mirase a su alrededor como un conejillo asustado.

Estiró de un rosario que pendía de su cuello y murmuró un par de oraciones rápidas mientras Héctor cerraba la puerta, pero no parecía que fuera porque se sintiera en peligro... Era algo que venía de antes. Algo que ya la acompañaba cuando entró en el circo.

No percibía ninguna amenaza en el Ravnos.

- M-me llamo Paloma -murmuró mientras sostenía el rosario con dedos nerviosos-. Le echó las cartas a una vecina mía hace unos días, dijo que era buenísimo... C-creo que era usted, ¿echa las cartas, lee las manos y hace esas cosas, verdad? -por un momento, la mujer apartó la vista de su rosario y buscó a Héctor con la mirada.

Paloma estaba tan sumida en su desesperanza que no prestaba atención a nada que no fuese demasiado importante. Era como si llevase una diana en la vena del cuello y la palabra "muérdeme" escrita en la frente.