Una visita rápida

Me acerqué lentamente al coche. Arreglé las mangas de mi camisa mientras mi gente hacía la obligada inspección del vehículo. No podía tomar ningún riesgo, incluso para un hombre pobremente entrenado plantar algo en el coche sería una tarea sencilla en un sitio tan mal iluminado. Busqué los gemelos y terminé de ajustar los puños adecuadamente mientras me abrían la puerta trasera.

- Nuestro próximo destino es la Universidad de Barcelona. Vamos a necesitar un plano del metro.

Me acomodé en el asiento trasero y busqué mi reflejo en el retrovisor. Con parsimonia me coloqué la corbata y arreglé el nudo hasta estar satisfecho. La Camarilla podía estar desorganizada pero la situación de los anarquistas no estaba ni cerca de ser positiva. La estrategia a tomar no estaba clara necesitaba mucha más información para poder determinar un plan de acción eficaz.

Le solicité los mapas de rutas a mi asistente, tomé mi pluma y comencé a tomar notas en mi cuaderno. Cada tanto miraba hacia el exterior esperando encontrar algo que llame mi atención. Cuando estuvimos cerca le indiqué al chofer que diera una vuelta de reconocimiento antes de detenerse. Aproveché ese momento para limpiar los rastros que el bar había dejado en mis zapatos.

- Ojos abiertos, estamos en territorio enemigo.

Cuando nos detuvimos esperé a que la puerta se abriera para tomar el saco y salir del coche. La entrada de la Universidad resultaba un poco más pequeña de lo que esperaba. O, tal vez, era mi desprecio por las instituciones. Sin embargo, por el momento, debía jugar con sus reglas. Me coloqué el saco, arreglé los puños, el cuello, el pañuelo y los bolsillos. Tras asegurarme que los lentes estuvieran en su lugar me adentré en el vestíbulo dejando en la entrada a mis asistentes.

 
 
 

No estaba acostumbrado a encontrar puertas cerradas. Encontraba aquello detestable, sospechoso, innecesario. Afortunadamente un guardia no tardó en aparecer. Curiosamente una figura de autoridad, si se podía llamar así, se expresó de buena manera y no como un mono con pistola.

- Está usted disculpado. - respondí de forma seria. - Y sí, estoy buscando a alguien. Estoy aquí por una presentación. Le sugiero que si no sabe a qué hago referencia lo consulte de inmediato con su superior. No es seguro, mucho menos apropiado, dejar a alguien esperando en la puerta.

Crucé mis manos detrás de mi espalda y me dediqué a mirar los detalles de las paredes.

 
 
 

Miré al guardia fijamente y negué con la cabeza, algo decepcionado. Busqué un billete en mi bolsillo y se lo ofrecí. Solía tener algunos billetes preparados para dar propinas.

- Tranquilo. Ten, tómate un té. Seguro que los estirados de aquí dentro te tratan como si fueses un pedazo de mierda. No lo tomes personal, las mierdas son ellos. - levanté un mano indicándole que no requería una respuesta. - Lo se, no hace falta que me respondas.

Me mantuve de pie, observando todo con curiosidad. Me preguntaba qué acceso utilizarían los Nosferatus cuando fui interrumpido por Jeeves. Al parecer Claromonte me esperaba en el piso superior. Típico, nunca un sótano, siempre el piso de arriba. Tendencia que se contraponía a toda lógica. Pero así eran ellos, los sangre azul, símbolos de la decadencia de un pasado condenado a desaparecer.  

Una vez en el despacho del primogénito uní las yemas de mis dedos y miré al vástago a los ojos. Esperé en silencio, repasando las enseñanzas del Almirante sobre cómo tratar con Ventrues.

 
 

No comprendí si me estaba midiendo o era uno de esos individuos amantes de la teatralidad. Lo cierto es que, para mi gusto, se había tomado demasiado tiempo para hablar. O, tal vez, no estaba acostumbrado a llevar su cargo. Aun no se acostumbraba a ser el Ventrue de mayor rango en la sala. O el Almirante estaba equivocado y aun me faltaba aprender algo más sobre ellos.

- Buenas noches, primogénito. - respondí ofreciendole mi mano para saludarlo correctamente. De estrachar su mano lo haría de forma simple, neutra, pero firme. No habría ninguna muestra de dominación ni sumisión de mi parte.

- ¿Está usted seguro que es usted con quién debo realizar este trámite? Porque, por lo que me dice, está usted haciendo preguntas que bordean lo íntimo sin tener el derecho a realizarlas.

 
 
 
 
 

- Eso dije. - Respondí sin inmutarme. - Para enforzar la quinta tradición se ha de cumplir con la segunda primero. ¿Barcelona bajo el dominio de quién está? ¿El suyo? ¿Cree que usted puede cumplir las funciones de un príncipe?

Crucé las manos detrás de la espalda y me erguí un poco más. Le eché una mirada a los hombres armados tomando nota mental de la cantidad y el equipamiento. Sin dudas información que me sería más que útil en el futuro. Luego recorrí la figura del Ventrue con la mirada, examinándolo.

- Tal vez tengo que ser más claro. He venido a presentarme, como dije al anunciarme. Pero no quiero mal gastar mi tiempo con alguien que no lo merece. - Volví a mirarlo a los ojos con la misma frialdad que antes. - ¿Es usted el futuro príncipe o no? ¿Tengo que ir a verlo a Gaspar acaso?

Ya creía saber la respuesta. Pero era divertido hacer las preguntas.

 
 
 
 
- Desde luego, señor - dijo el Ghoul inclinando la testa hacia Roger, para luego hacer unas señas a los guardias, que seguían apuntando al “visitante”. Acto seguido se giró hacia éste. - Le ruego nos acompañe, caballero. Debo advertirle que estas armas están cargadas con balas explosivas, de cuyas consecuencias, sin duda, se encuentra usted al corriente - tampoco iba a decirle más sobre los peligros de intentar escapar, con eso ya tenía suficiente.

Negué suavemente con la cabeza con clara decepción en mi rostro.

- Y ahora, para colmo, utilizan violencia en el Elíseo. Pensar que "noblesse oblige" antes tenía algún significado.

Volteé y miré a los guardias. Me resultaba divertido que "rogaran" mientras me apuntaban con sus armas. Clara evidencia de incompetencia. Ahora restaba esperar y conocer a quien realmente había venido a ver.

- Hijo, el que tiene que ser consciente de las consecuencias no soy yo, precisamente. Andando, esto va a ser entretenido. Dime, ¿cuál es tu nombre? - le pregunté señalándole la salida, dejando ver que los seguiría.

 
 
 
 
 
 

Me aseguré estar en medio de la formación. Visto del ángulo correcto hasta parecería alguien importante, rodeado de tanto guardia. De no haber pasado por esta situación antes seguramente estaría pensando en mil maneras de eliminar a los guardias y escapar por alguna ventana. Pero ya había aprendido a mantener la calma.

- Dìdac... Asumo que habrás escuchado mil veces lo apropiado del vínculo entre tu nombre y el lugar donde trabajas.

Crucé las manos detrás de la espalda y aminoré la velocidad. Admiraba la decoración mientras me hacía un plano mental del lugar.

- Tenías a dos hombres fuera de formación. Eso te puede traer problemas. Hoy no es nada grave, pero mañana es un error que puede costar vidas. - Agregué de forma sincera. No era mi sitio, pero el militar dentro mio supuso que el hombre apreciaría una observación calificada sobre el desempeño de sus hombres.

Me detuve antes de entrar y examiné la habitación desde afuera. - Interesante. ¿Tienen muchas de estas? - Pregunté señalando la habitación vacía.

 
 
 
 
 

Decidí no someter al hombre, nadie puede estar seguro de lo que lo espera en el futuro. Y era mejor obrar bien.

- Por supuesto, soy peor que un recaudador de impuestos en este momento. Ya cambiará la situación, es cuestión de tiempo. - Expliqué encogiéndome de hombros. Volví a mirar hacia todos lados y le hice una seña al guardia para que continuara caminando. - Bien, adelante, que continúe el tour.

Hablé con sequedad, prácticamente como si le estuviese dando una orden.

Volví a negar suavemente con la cabeza.

- Que aburrido. - Respondí pensando en lo mal que la pasarían aquellos guardias bajo el control de sus "señores". - Asumo que, al menos, puedo solicitar unas hojas en blanco. Tengo que escribir un reporte y ya creo tener todos los datos que necesito. Intenta que sea el mejor papel disponible, el Lictor es algo detallista con este tipo de cosas. Ventrues. - Agregué revoleando los ojos. - Tu sabes.

Sin más, ingresé a la sala esperando escuchar el cierre de la puerta. Busqué los lentes en el bolsillo interno del saco y me dediqué a limpiarlos esperando que tuvieran la delicadeza de traerme lo que había solicitado.

 
 
 
 

Recorrí la habitación mirando cada reflejo. Me sentía en una de esas ferias con atracciones baratas que solíamos usar en los Balcanes para movernos de ciudad en ciudad. Por fortuna aquello era cosa del pasado. Observé el lente derecho de mis anteojos y asentí satisfecho, luego continué limpiando el izquierdo.

- ¿Dónde estará el niño con mis hojas? - Dije, pensando en voz alta. Me molestaría mucho el no tener acceso a papel de calidad. Una cosa era burlarme de los Ventrues locales, otra era faltarle el respeto a un Lictor.

Con un nudillo fui dando golpecitos suaves a los paneles para ir matando el tiempo. Me preguntaba si quien imaginó esta prisión conocía el ritual de paso incorpóreo. Consideré que un movimiento como ese me traería más problemas de los necesarios.