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[Hotel Ritz] Despertar
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[Hotel Ritz] Despertar
Las puertas se abrieron y Carlos apareció en el umbral, caminando hacia el salón y dejando a su espalda la cómoda y confortable oscuridad de su dormitorio. Directamente se dirigió hacia la mesa donde, sobre una bandeja, descansaban no menos de una docena de sobres. Los ojeó rápidamente buscando el remitente para determinar si eran de su interés o no, y tal cual estaban volvió a dejarlos sobre la bandeja. Nada interesante o que llamara su atención, la mayoría eran de proveedores – importantes, o no se las habrían hecho llegar - ofertando sus productos y creyó adivinar un par de invitaciones para alguna fiesta.
Si, estaba él para asistir a fiestas.
Cogió el mando a distancia y encendió el televisor. Empezaban las noticias pero, como de costumbre, no traían nada de relevancia para él. Lo de siempre. No obstante no apagó el televisor y el locutor prosiguió con su cháchara mientras el Lasombra recorría la habitación con la mirada y, cual hijo de Mahoma, terminó por dirigirse hacia el noreste. Allá en la lejanía, separados por cientos de kilómetos, se encontraba el territorio de la Torre. Dos mundos, dos visiones, dos formas de entender la no-vida y la naturaleza depredadora de los Cainitas.
Regresó al dormitorio. Las cortinas cubrían las paredes de lado a lado y Carlos pulsó el interruptor. Con un suave zumbido el negro brocado empezó a deslizarse a un lado, dejando ver tras él los ventanales a través de los que el nocturno skyline de la ciudad se dibujaba como un cuadro. Madrid, uno de los corazones del Sabbat. Si, aquello era lo verdaderamente importante. Madrid y no Bilbao, Paris o Barcelona. Porque al fin y al cabo la ciudad mediterránea nunca le había importado una mierda a nadie, ni siquiera al Arzobispo de València. Ni siquiera al ganado, no hasta que Franco palmó, las cosas empezaron a moverse y algunas empresas buscaron un lugar más económico y discreto y con mejores comunicaciones donde establecerse.
También era una puta casualidad que La Espada no hubiera reclamado aquella ciudad mientras ganaban el resto, una broma del destino o de un Hijo de Malkav, una puta ironía. Pero así estaban las cosas, la segunda ciudad de la vieja Iberia perdida. Carlos se preguntó por milésima vez que planes tendría Monçada en la cabeza. Y por centésima vez, que era lo que quedaba del Sabbat por allá, cuantos Soldados, y cual sería su disposición. A que se dedicaban y si podría hacerse algo de provecho. No era tan iluso como para pensar que todos compartían la visión de unos pocos, ni siquiera entre los Guardianes.
Mentalmente comenzó a repasar todo lo que tenía por hacer para atender sus negocios; había asuntos que ni su ghoul – ni siquiera Peio - podían resolver o decidir, era asunto exclusivamente suyo. Regresó junto a la mesa y abrió la agenda y se topó entonces con el recorte del periódico donde se hablaba del incidente sobre el puente, la caída de los dos hombres al Manzanares y todo lo demás, el trabajito que le había encargado el jefe. Y de repente todo el peso del hambre, de la necesidad de Vitae, cayó sobre él. Ignoraba lo que aquel Lasombra independiente – basura, en su opinión – había hecho, pero si había que eliminarlo sería dicho y hecho. Pena que el muy hijo de puta se hubiera revuelto a base de bien, sombra contra sombra, acero contra acero. Si, pudo con él, pero entre la sangre invocada, la perdida y la utilizada para sanar las heridas se había quedado casi vacío.
- MUSICA:
Bah, a la mierda con todo aquello. Dejó caer los sobres sobre la bandeja y llamó a Mateo a fin de que le subiese a una de las chicas que pululaban por el bar en busca de un cliente. Las putas eran bienvenidas por allí siempre y cuando dieran cierta imagen de elegancia, educación, maneras... No le importaba como lo hiciera, ni siquiera si era hermosa. Total, acabaría en el fondo de un pantano. Pero le dejaría casi ahíto.
Mateo no tardó mucho en llegar con una rubia tan sonriente como bajo era su C.I., ilusionada ante la perspectiva de pasar un rato – o toda la noche, si sabía hacérselo bien – con el dueño de todo aquello. No se retiró, quedándose en un rincón por si algo iba mal, a la vez que el Amo hacía un gesto con su mano hacia la chica, llamándola para que se acercase a él, clavando sus ojos en los de la joven putilla y ordenándole que le ofreciese su cuello.
Carlos Aranda
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